Antonio Cano Serrano

Alcalá de Guadaíra
Sevilla
Montero Gómez, Félix J.

Fue uno de los fundadores, en 1927, de la logia Filipinas, a la que estaba afiliado con el nombre simbólico de Cervantes; y fue también presidente del comité local del Partido Republicano Radical y luego del de Unión Republicana, cuya oficina estaba en la casa número 9 de la calle Juan Abad, al lado de su propio domicilio, en el número 11 de la misma calle: una casa que era propiedad de la madre del médico Paulino García-Donas Bono y en la que éste guardaba su automóvil, un Wippe. Esta casa, de dos plantas, tenía, en la de abajo, tres puertas: la de la cochera del médico, la del almacén de cervezas de los Troncoso y la de acceso a la planta alta. A ésta se subía por una escalera de dos tramos, separados por un pequeño rellano, y en ella había dos pisos: uno exterior, con tres balcones a la calle, ocupado por el pescadero José Fernández López y su esposa Mercedes Mellado Cortés; y otro interior, cuyos inquilinos eran Antonio Cano Serrano y su familia.

            Nacido el 28 de abril de 1889 en Morón de la Frontera, estaba casado con Carmen Vázquez Leo, de unos dos años menos que él y natural del pueblo gaditano de Algodonales; era padre de cuatro hijos: Antonio, nacido en septiembre de 1920; Pedro, en diciembre de 1921; Juan, en junio de 1926; y José, en abril de 1931. Antonio Cano Serrano era chófer: conducía una locomotora de la línea férrea Sevilla-Alcalá-Carmona, conocida popularmente como la Gasolinera, cuyo punto de partida y llegada, en Alcalá, estaba en la estación de San Francisco.

            Juan y José Cano Vázquez recuerdan a su padre sentado en la azotea de la casa de la calle Juan Abad, en compañía de un hombre que llevaba un pie vendado; y cómo al rato los dos hombres se levantaron y escondieron o tiraron una pistola en el canalón del tejado del almacén de los Troncoso, mientras se oía el silbido de las balas por encima de sus cabezas.

            Eso debió de ser la tarde del día 21 de julio de 1936. Los dos hermanos coinciden en creer que aquel hombre que estaba con su padre era Juan Clemente Trujillo, el último alcalde republicano de Alcalá, y que los dos se fueron y estuvieron escondidos juntos en la casilla del ferrocarril que había en el Junco: la casilla de Josefa.

            Antonio Cano Serrano permaneció allí unos cuantos días, al cabo de los cuales regresó a su domicilio y reanudó algunos de sus quehaceres habituales. Hasta que un día, al llegar del trabajo y cuando se estaba afeitando, vinieron y se lo llevaron. Fueron tres falangistas, armados con fusiles. Uno se quedó en la puerta de la calle; otro, en el rellano de la escalera; y el tercero subió a la vivienda y entró en el comedor. Los dos primeros eran el loco F. B. R. y uno de los hermanos Ibarra, que murió en los años cuarenta. Pero al que mejor recuerdan los hermanos Cano es al falangista que entró en el piso y salió de él llevándose detenido a su padre: era M. P. Ch., conocido por el apodo de «el B».

            A Antonio Cano Serrano lo metieron preso en el Ayuntamiento. Allí lo vio un día José Ríos Moreno, entonces un muchacho de 10 años, que vivía en la calle Ancha, número 30, y había ido a visitar a su tío Antonio Moreno Araujo, también preso en semejante lugar: Cano estaba con su mujer, que había ido a llevarle el almuerzo, y comía en silencio, reconcentrado y muy serio.

            Su hijo José, que después sería sacerdote escolapio, guarda este recuerdo:

            Cuando mi padre estuvo preso en el Ayuntamiento, nosotros lo visitábamos en una habitación que había al fondo de un corredor que comenzaba a la derecha del pie de la escalera principal; en la habitación, que tenía una ventana que, me parece, daba al patio del hospital o casa de socorro, el ambiente parecía distendido. Yo me había encaprichado en aquellos días con una pistolita de esas que disparaban un palito con una ventosa de goma en la punta, todo presentado en un cartón donde estaba pintado un indio sentado a horcajadas sobre una diana de tiro al blanco. Mi padre me decía tranquilamente que ya me compraría el juguete en cuanto saliera de allí; pero, como yo insistía tanto, él terminó por encargarle a mi madre que me lo comprara enseguida.

            A Cano lo sacaban del Ayuntamiento durante el día para, junto con muchos otros presos, llevarlo a desescombrar las iglesias destruidas por el fuego o a barrer las calles. De una aquellas salidas volvió una vez con una crucecita de madera que Carmen Vázquez guardó durante muchos años. Y es que como dice el menor de sus hijos: Mi padre debió de ser un masón muy tolerante, porque en casa había un cuadro de San Antonio; una imagen, en yeso o en mármol, de Cristo Rey; el rosario de cuentas de azabache que siempre poseyó mi madre…

            Del Ayuntamiento, donde mandaba el abogado falangista José María González Fernández-Palacios, lo pasaron al cuartel de la Falange, en la calle de la Mina, número 37, donde mandaba el empleado de la Eléctrica del Águila Francisco Mesa Santos, paisano y coetáneo de Carmen Vázquez Leo. Aquí fue varias veces a verlo, acompañando a su madre que iba a llevarle el desayuno al marido, el tercero de los hijos del matrimonio, Juan, que después sería perito industrial. Otras veces, el desayuno se lo llevaba su hijo primogénito Antonio, el pobre Canito, que muy poco tiempo después empezaría a trabajar como camarero, el oficio de toda su vida. A éste lo acompañó, en un par de ocasiones, Francisco García Rivero, que entonces tenía 11 años y ahora lo recuerda así:

            Fue en agosto de 1936. Las dos veces ocurrió que me encontré por la calle a mi amigo y compañero de colegio Canito y que éste, al verme, me dijo: Hombre, Curro, por qué no me acompañas a Falange, que voy a llevarle el desayuno a mi padre y me da cosa ir solo. Fui con él y juntos entramos hasta el patio porticado, donde un falangista de uniforme nos preguntó qué queríamos; y, ante la aclaración de mi amigo, miró el paquete donde éste llevaba el desayuno para su padre y nos indicó un ancho pasillo que, tras un recodo, terminaba en la puerta de una habitación, donde otro falangista, de uniforme y mosquetón, estaba de guardia. Mi amigo le dijo a lo que iba, y el vigilante, tras inspeccionar el contenido del paquete que llevaba Canito, abrió una de las dos hojas de la puerta de la habitación y gritó el nombre del preso. Que enseguida apareció, y abrazó y besó a su hijo, sonriéndole, tomó el bocadillo y volvió a meterse en la habitación. En cuyo interior, sin muebles de ninguna clase, pude ver a diez o doce hombres, unos de pie y otros sentados en el suelo con la espalda apoyada en la pared.

            El día 25 de agosto de 1936, por la mañana, cuando Carmen Vázquez Leo, acompañada de su hijo Juan, se acercó al cuartel de la Falange para llevarle el desayuno a Antonio Cano Serrano, se encontró con que le dijeron que éste ya no se hallaba allí. Lo peor, sin embargo, fue que no se limitaron a decir eso, sino que le entregaron a la mujer las pertenencias personales de su marido, entre ellas el reloj y el anillo de casado.

            José Cano Vázquez no olvida aquella mañana:

            Mi madre volvió a casa, con mi hermano Juan, del cuartel de la Falange, adonde había ido para llevarle el desayuno a mi padre. Entró en el zaguán y, sin fuerzas para subir las escaleras, se sentó en el primer escalón. Se puso a llorar y llorando estuvo un rato. Recuerdo que a lo largo del día muchas vecinas subieron a casa; pero, sobre todo, me acuerdo del llanto desgarrador de mi hermano Pedro en la habitación del fondo, y de sus gritos: ¡Mi padre! ¡Mi padre! Yo, cansado de ver tanta gente a nuestro alrededor, me hacía el dormido y escuchaba a algunas personas que decían, refiriéndose a mí: ¡Pobrecito! ¡Pobrecito!

            El asesinato de Antonio Cano Serrano está documentado. En primer lugar, en un escrito, de 17 de noviembre de 1936, del jefe de la Línea de la guardia civil de Alcalá, Ambrosio Santos Velasco, en el que éste le dice al juez militar de Utrera que Antonio Cano había «fallecido en lucha». Este escrito era la respuesta a una orden dada por el juez José Martínez Sánchez Arjona, cuatro días antes, para que el guardia civil procediera a «la captura e inmediato traslado» a la cárcel de Utrera del ferroviario alcalareño, al que se había referido, como masón, otro masón de Alcalá: un hombre de 45 años llamado Francisco Romero de Asco. En segundo lugar, están documentados tanto dicho asesinato como la fecha en que éste se produjo en un oficio de 29 de octubre de 1944 que hay en el expediente masónico de Cano y en el que el jefe superior de policía de Sevilla le dice lo siguiente al juez instructor del tribunal especial para la represión de la masonería y el comunismo:

            «En contestación a su atento escrito de 3 de los corrientes, por el que interesa actual domicilio o paradero de Antonio Cano Serrano, de 54 años, chófer, con residencia en Alcalá de Guadaíra, calle Ferrer y Guardia núm. 11, me complazco en participar a V.S. que, según me comunica el Comandante de Puesto de la referida localidad, al citado individuo le fue aplicado el Bando de Guerra el día 24 de agosto de 1936, por su actuación revolucionaria en el Glorioso Movimiento Nacional».

            En el Registro civil de Alcalá se inscribió su muerte, por orden del juez de Utrera, el 29 de diciembre de 1941; y consta que se produjo el 2 de agosto de 1936 por aplicación del bando de guerra.

            Según Juan Cano, el practicante alcalareño Joaquín Vals Sevillano le dijo a Carmen Vázquez, su madre, que a Antonio Cano lo mataron en la carretera de Mairena del Alcor.

            En el expediente masónico de Antonio Cano Serrano también figura que éste, el 2 de mayo de 1940, casi a los cuatro años de su muerte, fue señalado otra vez como masón, ahora ante el Tribunal especial para la represión de la masonería y el comunismo, por el médico alcalareño, de 42 años, y con domicilio en la calle de la Mina, número 1, Antonio Gutiérrez Ramos. Otro masón.

            Carmen Vázquez Leo, que murió el 22 de agosto de 1974, se quedó viuda con 45 años.

Fuentes

► ATMTS: Causas números 12/36, 52/38 y 1887/38: Legajo 313-4969.

► AMAG: Libros 257 y 258.

► ARCAG: Libro de defunciones nº 53.

► Archivo de Juan y José Cano Vázquez.

► Testimonios de Juan y José Cano Vázquez, Francisco García Rivero y José Ríos Moreno.

►Leandro Álvarez Rey: Permanencias y cambios en la baja Andalucía. Alcalá de Guadaíra en los siglos XIX y XX.

► Fotografías cedidas por Juan Cano Vázquez.